San Roque y la riqueza perdida de su patrimonio vitivinícola

Bodega Mi Terruño. Fuente. página oficial Bodega Mi Terruño
Bodega Mi Terruño. Fuente. página oficial Bodega Mi Terruño

Con el posicionamiento de la vitivinicultura como actividad hegemónica a escala provincial a finales del siglo XIX, sumado a la llegada del ferrocarril hacia 1884 y el arribo de inmigrantes europeos, el distrito de San Roque, tuvo un despegue económico y social de relevancia al interior del departamento de Maipú.

Específicamente, grupos de italianos, españoles y sirio-libaneses se establecieron en este distrito, contribuyendo significativamente al desarrollo de la vitivinicultura local. De hecho, la agricultura, especialmente el cultivo de viñedos y olivares, continúa siendo su actividad productiva principal. En efecto, una parte significativa de su patrimonio local se encuentra estrechamente ligado a establecimientos vitivinícolas.

Familias importantes como los Flores, los Dumit y los Simón, junto con otros pequeños productores dieron inicio al cultivo de viñedos y gradualmente establecieron sus fincas y bodegas en torno a los ejes históricos que estructuran el territorio, como el Carril Nacional Viejo, la calle Lamadrid, las vías del ferrocarril y el Carril Los Barriales.

Bodega Dumit. Fuente. Arq. Paula Martedi
Bodega Dumit. Fuente. Arq. Paula Martedi

En la actualidad, las bodegas que se mantienen en pie son testigos del profundo impacto de la vitivinicultura en la región. Algunas de éstas, continúan en funcionamiento y están vinculadas a legados familiares, como es el caso de la bodega Mi Terruño de la familia Baigorria (1967 c.) o la bodega de la familia Elía (1890 c.). Ambas situadas por Carril Nacional Viejo, en las inmediaciones de la plaza distrital.

Otros establecimientos, a pesar de mantener una larga tradición familiar, como el caso de la bodega Lucchini (1930-1937), situada por calle Lamadrid Norte, cesaron sus actividades y esto se resiente en el patrimonio edificado que comienza a mostrar signos de patologías constructivas como fisuras, problemas de humedad y grietas. Se trata de un patrimonio que es frágil y difícilmente renovable por el uso de materiales constructivos naturales, que disminuyen las posibilidades de conservación. Actualmente, los propietarios que conocen los valores históricos que posee el edificio están planificando trabajos de reparación en la bodega, para restaurar principalmente la cubierta y los muros agrietados.

Asimismo, es importante destacar la presencia de edificios productivos de gran envergadura que lamentablemente se encuentran en un estado de completo abandono y deterioro. Uno de los ejemplos más notables es la antigua bodega Dumit (1920 c.), ubicada sobre el Carril Nacional Viejo entre callejón Moyano y Lamadrid. Hacia fines de la década del 40, se convirtió en una de las bodegas y olivícolas más relevantes de la región. Hoy en día sus muros de ladrillo visto y las naves de grandes dimensiones, dan cuenta del pasado de esplendor que supo tener.

Bodega Lucchini. Fuente. Arq. Paula Martedi
Bodega Lucchini. Fuente. Arq. Paula Martedi

Otro caso es el de la bodega Amelia, perteneciente a la familia Flores (1910 c.), situada en el paraje de Isla Chica por el callejón de las Casuarinas. En su época, fue un centro de producción vitivinícola de gran importancia, tanto por las dimensiones de las bodegas como por pertenecer a una de las familias pioneras en establecerse en el distrito y aportar para la construcción de canales de riego, apertura de calles y la generación de trabajo. Desafortunadamente, debido al paso del tiempo y a los actos de vandalismo continuos, en la actualidad se encuentra en completo estado de ruinas.

Estos dos últimos establecimientos mencionados fueron símbolo del desarrollo económico de San Roque y tenían tanta importancia para el distrito en lo que respecta a la producción vitivinícola, que estaban directamente conectados con la estación de ferrocarril Barcala, desde donde la producción se transportaba hacia Buenos Aires y el Litoral.

La presencia de las bodegas se complementa con comercios vinculados a la venta de artículos de necesidades cotidianas tanto como aquellas vinculadas al agro, como fue el caso de los almacenes de ramos generales de la familia Migliorelli, que se encontraba frente a plaza del distrito por Carril Nacional Viejo y los almacenes sirio-libaneses de don Atajalaff, que se ubicaba por calle Lamadrid y el de Badui sobre la Ruta Provincial Nro. 50.

Asimismo, todo este patrimonio y la población se nucleaba en dos sitios centrales: la plaza San Roque como centro de sociabilización y la Parroquia de San Roque cuya construcción fue posible gracias a donaciones y el trabajo desinteresado de la población.

Es preciso destacar la riqueza arquitectónica del poblado, a pesar de ser un territorio de producción más modesta respecto a otros distritos del Área Metropolitana o incluso del departamento de Maipú.

Ruinas de Bodega Amelia. Fuente. Arq. Paula Martedi
Ruinas de Bodega Amelia. Fuente. Arq. Paula Martedi

Pero, ¿cómo es posible que bodegas de gran estructura y relevancia, así como otros edificios de importancia para la comunidad que no sólo han desempeñado un papel crucial para la historia y la economía del distrito, sino que también han contribuido a la configuración de su territorio, lleguen a perderse por completo?

La respuesta puede hallarse en la falta de valoración del patrimonio local, es decir, de los bienes culturales que no necesariamente son monumentales, pero que si tienen un gran significado para las comunidades. En este tipo de enclaves rurales, el patrimonio local no es reconocido como una herramienta dentro de las acciones de planificación territorial o como factor de desarrollo. Lamentablemente, muchos de los bienes históricos ubicados en áreas rurales no han sido reconocidos aún de manera oficial, lo que ha llevado a que pasen inadvertidos para la mayoría de las personas. Y aún en el caso de aquellos que tienen declaratoria, la falta de políticas de conservación ha provocado de igual modo, su degradación y/o pérdida.

Es importante poder identificar y valorar este patrimonio que forma parte de la historia cultural de las comunidades. Como sostiene Prats, a menudo el valor del patrimonio no trasciende a la escala local, y en ese caso, son los tomadores de decisiones quienes deberían considerar las riquezas culturales que son importantes para la gente, pudiendo alcanzar la puesta en valor de la cultura y el desarrollo local.

*La autora pertenece al Grupo Historia y Conservación Patrimonial (INCIHUSA-CONICET)

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